Lejos, bien lejos de los flashes. Es un escapista de los micrófonos y de los shows mediáticos que en éstos tiempos impone la previa boxística, donde suelen “vender” los desafíos “cara a cara” y la dialéctiva verbal. Nunca lo verán ahí, quemándose en el fuego de las palabras desafiantes a Adrián Maximiliano Robledo, el mejor boxeador de Trelew en la actualidad, metido en el gran ruido y con un prestigio bien ganado, alimentado por triunfos ante figuras conocidas, pedido pero no siempre programado en las megaveladas.
Quizás sea un antisistema, un boxeador que prefiere cultivar el bajo perfil y se ahorre las palabras. Quizás sea difícil de entender su costumbre de obviar en la medida de lo posible, su vínculo con los medios. Nadie podrá reprocharle una decisión que es personal, pura y exclusivamente.
Y es porque a Robledo no le gusta expresarse más que con los guantes puestos y en su mejor teatro, un ring de boxeo. Ahí la “Joya” de Trelew muestra todo lo que tiene; pelea como los Dioses y resuelve cada una de las situaciones que se le presentan, con eficacia, ojos bien abiertos, piernas veloces y un estilo al que parece no faltarle nada. Como si tuviera una gigantesca caja de herramientas para resolver cualquier adversidad.


Robledo no habla, pero hace. Y brilla las pocas veces que decide vestirse de boxeador. Es cierto que para el común de los boxeadores en Argentina pelea muy poco, casi nada: hizo dos peleas en el 2025, la primera en febrero y hace unos, la segunda en el lujo del Casino Buenos Aires. Y quizás sea ese el precio que deba pagar. No grita, no desafía, no reclama su lugar a viva voz y hasta no parece atractivo para los que invierten en una “cara” o un “producto”. Robledo es un peleador del futuro, de la nueva generación. Sorprende por sus recursos y por los finos movimientos que ejecuta desde su infancia cuando el inolvidable Américo, su padre, simplemente lo pulió como una delicada joya para explotar en el momento que sea el adecuado. No extraña que «Maxi» represente en parte a esa vieja escuela. O que su seriedad termine “pasándose de rosca”. Cuando asoma el boxeador es cuando todo vuelve al punto de partida: a los consejos del “Negro” y el orgullo por el heredero capaz de cerrar el círculo, ese legado invisible que lo puede llevar a ser un campeón.


Robledo no vende humo, no levanta el tono y hasta puede parecer “raro” por no tener un contacto fluído con los medios de prensa tradicionales. Apenas un poco de exposición, lo justo, en sus redes y después el silencio hasta la próxima. Rompe el molde por eso y sobre todo, por pelear sin complejos, como si lo hubiera hecho toda la vida. Sin que nadie se lo pidiera. El pibe es libre. De hacer de su carrera, una caja fuerte y hasta parecer descortés en el trato, siempre filtrado con su equipo de colaboradores . Del mismo modo podrá llegar a la cima con su boxeo. Con los puños que usa como su mejor publicidad; con la frialdad que pareciera tener cuando suena la campana y sobre todo, con un maestro invisible que lo guía no solamente en la cintura de su pantalón de guerra. No habla. Pero boxea como un experto. Y en su ley, se guarda para la gente lo que mejor sabe hacer.







