En medio de la naturaleza y de los colores únicos de una ciudad que disfrutan los turistas pero también los “propios”, María Magdalena Rivera se enamoró del boxeo, un deporte que descubrió a los 32 años y que terminó adoptando por sobre otros.
En San Carlos de Bariloche jugaba al fútbol y practicaba triatlón y pruebas de aventura. Ahí nació el modo guerrero de “La Chiqui”, que hace días la terminó coronando como campeona del mundo interina de peso mosca de la AMB tras vencer a la mexicana Jackelin Calvo y cuando ya parecían agotarse los desafíos. Y siendo la boxeadora argentina con mayor edad en coronarse.


“Bariloche estuvo siempre presente porque es parte de mi infancia y de mi crecimiento como persona. Tengo a toda mi familia allá; mamá y mis hermanos”. Rivera nació en Luján pero llegó al sur a los cuatro años a Pilcaniyeu, distante sesenta kilómetros y recién siendo adolescente, decidió mudarse a Bariloche, donde terminó el secundario. “Después me fui a San Martín de los Andes y a mi regreso, ya con 31 años, me hice boxeadora. Empecé bastante tarde, cuando casi todo el mundo lo está dejando. Hernán Peña fue mi primer entrenador en Junín de los Andes y después seguí con Luis Cornelio”, dice en referencia a uno de los maestros cordilleranos.

“Sigo muy vinculada con Bariloche. Ahí tengo a la mayoría de mis amistades y familiares” sostiene agradeciendo los mensajes que sobrecargaron su celular después de la pelea en el Casino Buenos Aires. “Siempre he sido una mujer muy deportista. Por eso creo mantenerme a los 44 años, poniéndome los guantes y subiéndome al ring. Me siento hoy muy madura mentalmente. Reconozco que soy ágil pero que no tengo mucha experiencia de ring. Recién llevo doce años en el deporte. Estoy entrenada y me siento con mucha fuerza”. Como profesional registra 23 peleas de las cuales ganó 14; perdió 6 y empató 3 con presentaciones en Alemania; México (2) y Sudáfrica siendo pupila del ex campeón del mundo, Marcelo Fabián Domínguez.


Aunque parecía pensar en un telón silencioso, la victoria y la obtención del cinturón le abre una nueva etapa. “Sabía que iba a ganar y proyectaba una defensa más. Ahora pienso dejar que la vida me siga sorprendiendo como lo hizo hasta ahora. Entrenar es parte de mi esencia; me gusta y lo disfruto un montón. Veremos qué nos depara el destino”, contó “La Chiqui” a PdS.
Actualmente vive en Ramos Mejía mientras proyecta el sueño de su casa en Chapadmalal. Trabajo en un centro de alto rendimiento como preparadora física y dando clases de boxeo. Y también lo hace en la Universidad Nacional del Oeste dictando boxeo recreativo y encontró otra veta como masajista. “Siempre pienso en volver a visitar a la familia pero quizás ya no con la idea de vivir. Siempre que puedo, dependiendo de los pasajes y la nafta que están carísimos, trato de reencontrarme con la gente del sur. Eso me fortalece el alma”.
Al final reflexionó, sabedora del esfuerzo y del premio que el boxeo le concedió. “A los sueños hay que trabajarlos. Nada es fácil pero tampoco hay cosas imposibles. Se puede soñar, aún teniendo 44. No era fácil, bajé tres categorías en un mes; se hizo durísimo. Ojalá esto sea una motivación para quienes lo necesiten. Nunca es tarde para poder soñar”.